EL PLD DEBE SUPERAR A DANILO. Si fuera peledeísta

 EL PLD DEBE SUPERAR A DANILO. Si fuera peledeísta

Por: José Luis Taveras

El PLD ha sido el partido mejor estructurado de nuestra historia. Se organizó a través de la formación política, creció con mística y se fortaleció en la estrategia electoral. Practicó el centralismo democrático, sistema en el que las resoluciones de los órganos superiores se imponen incondicionalmente a los de menor jerarquía. Ese principio fue ideado por Marx, consagrado por Lenin (en el partido bolchevique) e impuesto por Stalin como dogma deliberante de los partidos comunistas del mundo (komintern). 

Como línea de dirección vertical y concentrada, el centralismo democrático le dio al PLD una cohesión metálica, solo quebrada por la irredimible rivalidad entre Leonel Fernández y Danilo Medina. 

El ejercicio del poder pone a prueba aún a los partidos más sólidos. Salir fortalecidos es un reto, sobre todo cuando se gobierna, como lo hizo el PLD, por dos decenios. Y es que no siempre las organizaciones oficialistas pueden separarse de sus gobiernos. La administración del Estado tiende a absorber la vida partidaria. En el caso del PLD, por su rígida estructura funcional, las decisiones de los órganos, especialmente las de su comité político, se imponían a sus propios gobiernos.

Hoy el PLD pasa por un trance crítico: escindido, con un liderazgo en desbandada y la peor crisis reputacional en toda su historia. Lo peor: con una cúpula negada a aceptar su crisis. 

Frente a ese cuadro, la renuncia se plantea como una elección plausible para quien ensaye una carrera política en sus filas. Sin embargo, si yo fuera peledeísta me quedara dentro hasta ver los últimos resultados de su evolución, consciente de que el partido tiene historia, estructuras y marca, pero también cuenta con oportunidades inéditas de recomponerse, a pesar de que ciertos ilusos lo dan por liquidado. 

Mi reclamo al PLD sería este: una cosa es el partido y otra sus dirigentes. Esa comprensión, aparentemente obvia, parece tener un precio muy alto en los debates de la organización. Se trata de una verdad murmurada entre dientes en los coloquios de miembros. 

El viejo liderazgo ha empujado al partido a cargar con los procesos judiciales de exfuncionarios de sus pasados gobiernos. Asumir esa pesada defensa es comprometer inútilmente al partido con actuaciones individuales de dirigentes; hacer propia una causa ajena. 

Y es que el PLD no es Gonzalo Castillo, Donald Guerrero ni José Ramón Peralta. Es más que Danilo Medina: es un instrumento del sistema y ha sido la principal fuerza política durante los últimos veinte años. Implicarlo en la defensa de dirigentes imputados en el más complejo caso de corrupción de la historia nacional es suicida. Supone usar la organización como bandera para causas que no le debieran concernir; pero, al parecer, es lo único que le queda a Medina y no hay nadie con entereza que le recuerde al exmandatario que el partido acredita también intereses colectivos.

Si el PLD se hubiera decantado por la neutralidad en las investigaciones de los exfuncionarios es muy seguro que lograría cierta distancia de las imputaciones mejor apreciada que el cansado argumento de la persecución política (lawfare). Deslindar las responsabilidades era más sensato que involucrarse, pero también supone un desprecio implícito a funcionarios que en su momento tuvieron un alto desempeño ético. Así, por ejemplo, no es lo mismo Juan Ariel Jiménez que Donald Guerrero. 

Con los llamados a movilizaciones hechos por Danilo Medina y sus leales, el partido hizo suya una imputación ajena, asumiendo la defensa como si fuera otro imputado. A consecuencia de eso, hoy el PLD es juzgado políticamente como corresponsable de esos desmanes, cuando en el fondo sus beneficios aprovecharon personalmente a una candidatura. 

Si el PLD confía en la Justicia (no así en el Ministerio Público), debió apelar a la fortaleza del sistema y esperar mayores avances; pero no. El partido parece ser un viejo trasto de Danilo Medina a cuyo antojo lo usa como escudo. 

Así las cosas, es muy probable que, si hoy se hiciere una encuesta sobre las investigaciones de la operación Calamar, la mayoría opinaría que la organización criminal estaba al servicio del partido y no de la candidatura de Gonzalo Castillo o que en su modus operandi había colusión entre Gobierno y partido. Y es que el PLD se ha defendido como si él fuera el principal acusado.

Lejos de admitir su culpa política, Danilo Medina opta por aquella salida que no lo obligue a admitir errores. Así, le transfiere toda la responsabilidad política al Gobierno por un presunto plan de hundir al PLD, como si el proceso penal de la operación Calamar fuera una absurda ficha policial o una invención a la usanza de los expedientes armados a los perseguidos políticos en los doce años de Balaguer. 

La victimización política no les alcanzó para evitar la prisión preventiva de los principales imputados, sin embargo, el PLD de Medina insiste a pesar de que la encuesta Gallup-RCC Media revela que para el 60 % de los encuestados el Ministerio Público actuó con independencia en la Operación Calamar. De manera que seguir con ese libreto no mejorará la posición marginal del partido en las preferencias electorales y solo servirá para justificar por un precario tiempo al núcleo de Medina. 

En algún momento el PLD tendrá que ceder a una inflexión autocrítica. La vieja dirigencia la evitará a toda costa, pero la organización tiene valiosas reservas generacionales con el legítimo derecho a desarrollar su carrera en un partido renovado. Tarde o temprano un cuadro de jóvenes dirigentes se constituirá en corriente para promover esos cambios. Y no hablo de insurrección, sino de innovación en perfiles, ideología, prácticas, conexiones y visiones.

Una vez escribí y hoy enfatizo que el PLD precisa del futuro que Medina le niega. Para el expresidente lo perentorio es mitigar este trance con una buena alianza electoral que oxigene su drama personal y cerco de intereses; para el partido, una inaplazable reestructuración orgánica. El PLD debe superar a Danilo Medina. Y es que con un comité político dominado por una cúpula curtida en la vieja política el partido vivirá sin mayores culpas. 

Así las cosas, quien quiera ver cambios intencionales en el PLD deberá esperarlos después del 2024, porque hasta las elecciones de ese año escucharemos el discursillo de la victimización judicial como alegato anticipado de una derrota que solo evitará la “mano de Dios” y dudo que Dios se meta en esas corridas.

Mi reclamo al PLD sería este: una cosa es el partido y otra sus dirigentes. Esa comprensión, aparentemente obvia, parece tener un precio muy alto en los debates de la organización. Se trata de una verdad murmurada entre dientes en los coloquios de miembros.

tomado de Diario Libre

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